El lector de los escritos del santo no puede sino maravillarse ante la facilidad y la simplicidad con las cuales asocia a las sublimidades de la metafísica cristiana las de la humildad. Sus categorías se esclarecen y fortalecen recíprocamente. Por ejemplo ¿cómo no emocionarse con el pasaje siguiente:
“¿Oh Dios mío, que es el hombre para los ames tanto? ¿No sabes que la mayor parte de los hombres no hace caso de ti y que no tienen sino desprecio por gracias y que sólo te tributan ingratitudes y ultrajes? ¿Has olvidado, Señor mío, quién eres y cuál es la gloria infinita de tu divina Majestad que abates hasta el punto de dar tu corazón adorable a gusanos de tierra y a miserables pecadores que no son dignos ni del menor de tus pensamientos?
En la medida en que le cristiano cultive en sí mismo la conciencia de su indignidad respecto del amor con el que es gratuitamente amado, los mandamientos divinos le se le mostrarán como otras amorosas atenciones de su Creador respecto de sí. El peso de su obligación abre el paso a la dulzura de su ejecución:
“Dios ha querido mandarnos que lo amemos. ¡Oh cuánta bondad! ¡Oh cuánta gracia! Para comprenderla bien, habría que conocer la distancia infinita que hay entre Dios y el hombre, entre aquel que es el soberano bien y la fuente de todo bien, y aquel que es un abismo de males y de miseria.
Ciertamente si conocemos bien lo que es Dios y lo que somos, estaríamos extraordinariamente sorprendidos del mandamiento de amarlo que su divina Majestad nos hace, porque veríamos que nos haría uyn gran favor si nos permitiera pensar en él (…) Esto no es basta a la bondad infinita que tiene para nosotros; nos ordena que lo amemos como padre”.
Sobre el fondo del cuadro de la diferencia infinita entre creatura y Creador, la ética cesa de aparecer como una imposición extrínseca y e mandamiento divino, sin dejar de ser tal, se vuelve manifestación de misericordia. El Ser divino deja transparentar su misericordia no sólo cuando perdona, sino también cuando ordena ya la brinda. El lector del santo es conducido a entrever que su anterior insumisión a la orden divina tenía su raíz en una inconsciente y orgullosa voluntad de equiparar su pequeñez al infinito y al absoluto de la divinidad. Ciego, cerraba los ojos delante de las innumerables manifestaciones de la misericordia.
El mérito de Juan Eudes al mismo tiempo que su originalidad consiste a no aislar del conjunto del dogma, de la ética y del culto privado o público y sacramental la fe amante en la misericordia infinita del Corazón de Jesús. Manifiesta su presencia en todas las realidades, morales y espirituales. El universo eudista es un universo pan-misericordioso.
El discípulo de san Juan Eudes es invitado por él a reconocer la misericordia infinita del Corazón de jesús en todas las partes de este universo: no sólo en el cielo sino también sobre la tierra e incluso en el infierno. De ahí la impresión optimista que se desprende de sus escritos y que sin embargo en nada impide su alcance reparador.
Bertrand de Margerie S.J.